Segun el libro Manual de historia de Santo Domingo y otros temas históricos del escritor
Carlos Larrazábal Blanco el navegante tenia una personalidad segun este bastante buena.
Hablemos pues de su personalidad.
Colón nació en Génova. En estos últimos años se ha dado
en atribuirle nacionalidad española, pero mientras tanto haya
un criterio definido a este respecto es bueno respetar las mismas
palabras de Colón que en un codicilo refiriéndose a la ciudad de
Génova dice: «pues de ella salí y en ella nací».
El Almirante era alto de estatura, de cara larga y ceño
autoritario. La nariz era aguileña, azules los ojos, la tez blanca
tirando a colorada y salpicada de pecas. De joven su barba y sus
cabellos eran rubios, pero tornándose blancos con los años. Era
de conversación animada y con gracia, y cuando de negocios
se trataba, elocuente. Con los extraños era afable, con los suyos
suave y complaciente. Su persona denotaba autoridad y digni
dad e inspiraba respeto y reverencia. Era sobrio en el comer y
beber así como en el vestir.
Su fe en la religión católica era muy grande. Siempre que
comenzaba a hacer una cosa invocaba el nombre de la Santísima
Trinidad. Ayunaba los días de precepto, confesaba y comulgaba
a menudo así como rezaba todas las horas canónicas. No blasfe
maba ni juraba en vano. Para dar fuerza a alguna aseveración o
infundir credulidad exclamaba: «¡juro por San Fernando!» Era
muy devoto de la Virgen María y de San Francisco.
Por otra parte tenía muy desarrollado el espíritu mercantil.
El descubrimiento lo efectuó a base de negocio, y las exigencias
que hizo fueron muchas y de peso; había de ser virrey de todas las
tierras que descubriera, tener una gran parte en las gananciales
de todo lo que ellas produjeran, y a su muerte todo debía pasar a
sus herederos. Los Reyes en principio aceptaron, pero más tarde
por razón de Estado fuerza fue llevar estas preeminencias a un
plano diferente mermándolas.
Colón era un ambicioso de gloria y de riquezas. Amaba
el oro y siempre se desvivió por encontrarlo a manos llenas.
Es verdad que tenía pensado con parte de él rescatar el Santo
Sepulcro que estaba en manos de infieles, es decir, de los turcos.
Una cualidad que probablemente no lo hacía simpático era su
falta de franqueza, su habitual temperamento reservado, esto
todo acompañado de una espontánea y natural desconfianza
para tratar a los hombres.
Su inteligencia era muy viva, muy perspicaz. Fue un gran
apasionado. Apasionado de su religión hasta el misticismo; apa
sionado de la gloria hasta lo heroico; apasionado de las riquezas
hasta el mercantilismo más vulgar; apasionado de la belleza de
la naturaleza de las tierras que descubría hasta hacerse artista.
Su imaginación era la de un verdadero poeta. En sus cartas y
relaciones cuando habla de los indios y sus costumbres, o pinta,
los paisajes recién descubiertos parece que escribe, no un jefe de
armada en expedición, ni un marino; ni el hombre de
que tiene interés en informar oficialmente, sino un poeta inspi
rado en las bellezas de estas tierras.
Murió Colón en Valladolid en el año de 1506.
en atribuirle nacionalidad española, pero mientras tanto haya
un criterio definido a este respecto es bueno respetar las mismas
palabras de Colón que en un codicilo refiriéndose a la ciudad de
Génova dice: «pues de ella salí y en ella nací».
El Almirante era alto de estatura, de cara larga y ceño
autoritario. La nariz era aguileña, azules los ojos, la tez blanca
tirando a colorada y salpicada de pecas. De joven su barba y sus
cabellos eran rubios, pero tornándose blancos con los años. Era
de conversación animada y con gracia, y cuando de negocios
se trataba, elocuente. Con los extraños era afable, con los suyos
suave y complaciente. Su persona denotaba autoridad y digni
dad e inspiraba respeto y reverencia. Era sobrio en el comer y
beber así como en el vestir.
Su fe en la religión católica era muy grande. Siempre que
comenzaba a hacer una cosa invocaba el nombre de la Santísima
Trinidad. Ayunaba los días de precepto, confesaba y comulgaba
a menudo así como rezaba todas las horas canónicas. No blasfe
maba ni juraba en vano. Para dar fuerza a alguna aseveración o
infundir credulidad exclamaba: «¡juro por San Fernando!» Era
muy devoto de la Virgen María y de San Francisco.
Por otra parte tenía muy desarrollado el espíritu mercantil.
El descubrimiento lo efectuó a base de negocio, y las exigencias
que hizo fueron muchas y de peso; había de ser virrey de todas las
tierras que descubriera, tener una gran parte en las gananciales
de todo lo que ellas produjeran, y a su muerte todo debía pasar a
sus herederos. Los Reyes en principio aceptaron, pero más tarde
por razón de Estado fuerza fue llevar estas preeminencias a un
plano diferente mermándolas.
Colón era un ambicioso de gloria y de riquezas. Amaba
el oro y siempre se desvivió por encontrarlo a manos llenas.
Es verdad que tenía pensado con parte de él rescatar el Santo
Sepulcro que estaba en manos de infieles, es decir, de los turcos.
Una cualidad que probablemente no lo hacía simpático era su
falta de franqueza, su habitual temperamento reservado, esto
todo acompañado de una espontánea y natural desconfianza
para tratar a los hombres.
Su inteligencia era muy viva, muy perspicaz. Fue un gran
apasionado. Apasionado de su religión hasta el misticismo; apa
sionado de la gloria hasta lo heroico; apasionado de las riquezas
hasta el mercantilismo más vulgar; apasionado de la belleza de
la naturaleza de las tierras que descubría hasta hacerse artista.
Su imaginación era la de un verdadero poeta. En sus cartas y
relaciones cuando habla de los indios y sus costumbres, o pinta,
los paisajes recién descubiertos parece que escribe, no un jefe de
armada en expedición, ni un marino; ni el hombre de
que tiene interés en informar oficialmente, sino un poeta inspi
rado en las bellezas de estas tierras.
Murió Colón en Valladolid en el año de 1506.
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